jueves, 14 de octubre de 2010

Axólotl kone. Visiones del más acá


En algún lugar que va de la ciudad de los dioses hacia Puebla, se encuentra un estanque natural en donde abundan nuestros hermanos los axólotl. Yo pensaba mucho en ellos, en su brillantez alúmina que destellaban al verlos en su estado larvario. Recordé que seguramente nacieron en la era del agua en forma humana, pero ahora son los hijos de las venas de la Tierra, venidos a más para impresionarnos con los cántaros inmensos que tienen como piel la cual imita a esas grandes montañas de Federico Navarrete que se encuentran huecas por dentro, con esa coleta alargada más por el tiempo que por una situación morfológica. Ni toda la grandeza del mundo es comparable con su hermosura. Es por esto que nos comprenden y nosotros a ellos.

Después de acostumbrarme a imitarlos en el umbral de su prisión con esos pequeños ojos, que no hacen más que esperar el momento del desfallecimiento, decidí no acercarme demasiado; su olor peculiar a agua estancada me puntualizaba cierta nostalgia.

Estos seres que nos vieron nacer tan libres, ahora se encuentran acuartelados al igual que nosotros. Su evolución traza nuestro modelo de supervivencia por ser nuestros padres, hijo de axólotl, tío, primo, pero finalmente padres nuestros que están en el agua estancada, ya que no encuentran otra manera para sobrevivir. Porque he de mencionar que son mexicanos como yo, como tú y como todos los pronombres y calificativos aplicables a los que son de aquí, del origen.

Comencé a visitarlos, primero por admiración, después por nostalgia. Me hablaba con palabras que mi cerebro indicaba que no conocía, pero un sentido de intuición las descifraba sin necesidad de reelaborar un léxico; era como si yo las supiera siempre. Mamá, ¿los axólotl duermen de noche? Contéstame tú que eres uno. No hubo respuesta. Fue cuando comprendí que esa voz melancólica que cantaba una canción de cuna salía de mi interior.

Nunca hubo mayor resignación como ese día que me miré en un espejo al revés, con mis diminutos ojos observándome en el techo de mi hogar, contrario a lo que todo el mundo aprecia en su figura del quinto sol. Vi en mis ojos el reflejo de Quetzalcóatl representado en su forma acuática, con mis grandes plumas alrededor de la cabeza y un tono rosáceo de piel, hermosos reflejos a flote en un estado casi de parálisis.

Al unísono una voz melancólica al estilo castellano estaba cantando desde mi interior:“Un ajolote lloraba, porque no quería morir, muere ajolotito mío, que la luna te va a oír”.

México, D. F., a 14 de octubre de 2010.

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